En mi memoria no hay recuerdos tan frescos como aquellos, de cuando apenas levantaba dos cuartas del piso y ya andaba con una pelota y un pequeño bate en mis manos, mientras el tiempo fue pasando esos implementos, unidos a guantes y más tarde trajes y tacos, eran inseparables para mí.
LA primera vez que jugué pelota, y llamémosla organizada, fue cuando comencé la secundaria básica en la Escuela Vocacional Ché Guevara, en Santa Clara.
Guajiro al fin y al cabo, en los inicios del curso, me apenaba hablar con alguien para intentar colarme en el equipo, casi ya formado.
Lo mismo le pasaba a Gustavo Benítez, Tito, un buen amigo, también guajiro. El, de Nela, yo, de Juan Francisco. Pero nos sacudimos ambos y nos le presentamos nada más y nada menos que al gran Silvio Montejo, otrora estelar pelotero de los equipos Azucareros, Las Villas y Cuba.
“YA el equipo está hecho, pero voy a hacer una excepción; si no dan la talla por acá ni vengan más”. Para suerte nuestra, nos puso primero a batear, y ese era el fuerte de Tito y mío, en lo que nos ayudaba la fortaleza natural del guajiro y haber jugado pelota casi desde la cuna.
Unas cuantas bolas lanzadas, otras cuantas líneas conectadas y Montejo, sin titubear, nos dijo: “vamos a buscar los trajes”.
Con “La bala de Caibarién”, como cariñosamente la afición le llamaba a Montejo, aprendimos, además de la táctica, que el béisbol se juega a ripiarse, a morirse en el terreno.
Y que un equipo de béisbol necesita de una dirección inteligente y atrevida. Recuerdo que en aquel equipo, cuajado de guajiros de Rodas, Encrucijada, Camajuaní, Yaguajay y Santa Clara, éramos pocos los que podíamos dar batazos grandes, pero todos sabíamos tocar bola, todos aprendimos a batear por donde viniera la bola y todos nos tirábamos a ripiarnos en cada almohadilla.
Y Silvio disfrutaba cada acción, las vivía con nosotros, él jugó fuerte, muy explosivo, y a eso nos enseñó. Solo el equipo del área especial del Sandino nos hacía frente, ellos eran el trabuco y con nosotros perdían y ganaban.
Triste este recuerdo cuando repaso una y otra vez la última derrota del equipo Cuba de béisbol, escandalosa, digo yo. Ya no nos queda qué perder y no sabemos cuando comenzarán los cambios.
Me imagino cuán amargado estará mi estelar entrenador Silvio Montejo; imagino que pensará Cuba toda. Es hora de cambiar porque el béisbol es nuestra sangre. Si el mundo se mueve a tu alrededor, no quedes inmóvil, busca cómo moverte, busca la mejor dirección, pero no te quedes estático porque la vida necesita de ese giro, de esa dinámica.